domingo, 28 de junio de 2009

Arte Irreverente y arte revolucionario

En nuestra sociedad, caracterizada por la supremacía de la lógica sobre la fantasía, de lo utilitario sobre lo estético, del capital sobre el trabajo, hacer arte es en sí mismo un acto irreverente. Aun cuando ese arte no sea contestatario.
El artista ha sido a lo largo de la historia y en nuestro tiempo, un iconoclasta “per se”. Su actividad casi siempre fue un desafío a los intereses del sistema, el mismo que siempre quiso aprovechar de su talento para volverlo utilitario, práctico y funcional para el funcionamiento del sistema.
El arte escapa a los indicadores de la bolsa de valores y su producción no forma parte del producto interno bruto de la economía de ningún país. Tanto su proceso como su resultado constituyen una producción desperdiciada, algo que carece de valor agregado, un producto irreverente que escapa al control de las aduanas y de los sistemas de recaudación de impuestos, una entidad imperdonable para el sistema.
El arte no solo expresa la tendencia hacia la libertad de los pueblos y de sus creadores, sino que, peligrosamente, es una ventana abierta para el escape, la catarsis o la revuelta. Un espejo que le permite a la sociedad ver que, al margen del carnavalesco mundo de chucherías y bambalinas del mercado capitalista, hay un universo de objetos y procesos que satisfacen otras necesidades, acaso más humanas y más trascendentes, abalorios que sin tener un código de barras, ni constar en los catálogos de las mercancías de los “Dutty Free”, siguen extrañamente siendo productos demandados por la sociedad.
No en balde la profesión de artista es de por sí aborrecible. Cuando somos niños, todos nuestros padres quieren que aprendamos a tocar un instrumento, a pintar un cuadro, a decir un poema, a bailar o actuar en una obra de teatro.
Nos matriculan sin nuestro consentimiento en cursos vacacionales de “arte francés”; mas, cuando impulsados por un irrefrenable e inconsciente “amor al arte”, al cumplir dieciocho años manifestamos nuestra vocación estética y tomamos la decisión de ser artistas, nuestros padres harán hasta lo imposible para que no cometamos el sacrilegio de ser artistas, aduciendo siempre su improductividad, su ausencia en el mercado de valores, su no rentabilidad.
El arte incentiva la fantasía y ésta jamás es “práctica” ni utilitaria. La producción incentiva, en cambio, la lógica. En ese sentido, toda actividad artística subvierte el ‘buen sentido’ del sistema y propone un mundo feliz al margen de la economía de mercado.
Sin embargo, me parece que es necesario decir que no necesariamente todo arte irreverente es un arte revolucionario, aunque todo arte revolucionario sí es irreverente.
Las innovaciones estéticas del arte burgués pueden parecer irreverentes porque su cáscara rompe paradigmas y moldes tradicionales, pero su contenido generalmente está anquilosado en concepciones individualistas, abstractas, metafísicas, que buscan consolidar consciente o inconscientemente la estructura que vivimos.

Caso contrario, muchas obras aparentemente de corte clásico en su forma, tienen un contenido irreverente y revolucionario por el hecho de develar conflictos sociales en los que se debate la sociedad y de proponer alternativas futuras utópicas para el pragmatismo burgués, pero muy factibles para la cosmovisión revolucionaria.
El arte irreverente como tendencia estética puede ser una trampa para el artista y para el público. De hecho, muchos artistas decadentes se han aventurado en propuestas audaces e irreverentes en su forma que les llevan a pensar que están actuando revolucionariamente. En ese sentido es mejor plantear un arte revolucionario que enfoque cambios tanto en la forma como en el contenido y que se inscriba en procesos históricos que en la práctica sean una verdadera crítica al sistema.
La irreverencia como actitud estética puede ser un momento inicial en el desarrollo del arte popular y revolucionario, siempre y cuando esa irreverencia sea para cuestionar el “stablishment” y no para criticar las posiciones políticas avanzadas de la sociedad. El artista revolucionario es en si un irreverente, pero un artista irreverente, no necesariamente es un revolucionario.
En nuestra sociedad el sistema puede incluso promover la irreverencia vacua, para hacerle creer al creador que cambiando las formas está cambiando la vida. Como la mayoría de nuestros Ministros de Educación que piensan que cambiando de nombre y de rótulo al centro de capacitación de maestros, la capacitación es ya de por sí innovadora, así, en diez años el INACAPED se transformó en DINACAPED, en DINAMED, cambió el color de los muebles y de las mamparas, la marca de las alfombras, pero todo sigue “más mal que cuando estábamos peor”.
De hecho, estos dos términos no son sinónimos. El irreverente es blasfemo, irrespetuoso, sacrílego, impío, apóstata, profano, corruptor, renegado. El revolucionario es sedicioso, revoltoso, rebelde, insurrecto, agitador, turbulento, alborotador, provocador, subversivo, amotinado, levantisco, sublevado. Es decir, hay diferencias cualitativas claves entre ambos.

Por: Juan Ruales

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