jueves, 2 de julio de 2009
EL ARTE POPULAR UNE A TODO EL PAÍS
¿Qué es lo popular? ¿Es lo más escuchado, lo gratuito, lo vulgar? ¿Sin profesionalismo? La UNAPE lleva más de treinta años buscando una respuesta a esta interrogante que nos llama a reflexionar sobre las magnitudes de lo que representa la ecuatorianidad, el pueblo.
El tema se hace más vigente hoy, pues es notoria la transnacionalización de la cultura y con ella los valores sobre los que se basa el sistema: consumismo e individualismo en el marco de la mundialización de los valores; transnacionalización que implica no sólo la abolición de nuestros conocimientos ancestrales sino también la ebullición de una serie de ideas ligadas al mercado, donde la comercialización de la cultura es el pan de cada día; donde los hombres y mujeres valen por sus pertenencias y no por su esencia; donde el artista se ve obligado a “prostituirse” creando aquello que impone el mercado.
Por lo que la discusión que asumimos hace más de treinta años tiene plena vigencia. Esta discusión se ha trabajado en centros artísticos, barrios, sindicatos, en la Asamblea Nacional Constituyente y recientemente en nuestro exitoso Tercer Congreso Nacional. Donde varios compañeros de diferentes provincias propusieron ideas al respecto. Lo bueno es que la discusión no se acaba.
El artista popular refleja, a través de sus creaciones, la realidad de donde vive; no se aparta de ella. Nos cuenta sus alegrías, sus vivencias, sus dolores, sus procesos y toma parte activa en la lucha por los cambios sociales, siendo consecuente con un ideal de democracia, pluriculturalidad y participación.
El artista popular defiende los intereses nacionales, preserva la cultura propia de los pueblos, porque entiende que esta no está en venta. Promueve la paz, la equidad, la solidaridad como elementos básicos para el buen vivir. Estas, entre algunas otras, fueron los planteamientos que discutimos los artistas populares en nuestro Tercer Congreso Nacional.
Entendemos que el país atraviesa por un momento de transformación, propicio para crecer, para fomentar el arte popular, para reivindicar nuestra ecuatorianidad como un elemento de lucha hacia una nueva sociedad. Tenemos algunos retos y debilidades que superar: debemos fortalecer orgánicamente la UNAPE, trabajando para articularla como la más grande organización artística a nivel nacional; y consolidar una nueva visión social sobre lo que significa lo popular.
lunes, 29 de junio de 2009
HISTORIETA
Se llama historieta o cómic a una serie de dibujos que constituyen un relato, con texto o sin él, así como al libro o revista que la contiene. Partiendo de la concepción de Will Eisner de esta narrativa gráfica como un arte secuencial, Scott McCloud llega a la siguiente definición: «Ilustraciones yuxtapuestas y otras imágenes en secuencia deliberada con el propósito de transmitir información u obtener una respuesta estética del lector»
domingo, 28 de junio de 2009
Poema de Rafael Larrea en el libro Nuestra es la Vida
Cantemos a boquejarro
las canciones del futuro, compañeros.
Cantemos la libertad,
ya no en bandera,
sino en nutridos puños y ovaciones.
Cantemos la empresa de las manos juntas
de los caminos de todos,
la de los bosques y estrellas,
todos de todos.
Cantemos pelando el grito,
las canciones del futuro, compañeros.
La canción del pan y el panadero,
la del poder y el obrero,
la de la hierba alta y verde,
la canción del cansancio alegre
y la del descanso verdadero.
Este mundo pertenece
a quienes aún hoy de pie duermen
a quienes con el un ojo sueñan
y con el otro vigilan.
Este mundo pertenece a quienes
por cantar son perseguidos.
Aún por la noche persiguen
a los que traen el sol en octavilla.
Cantemos en horizonte,
las canciones del futuro, compañeros.
La canción del pasado abierto y explicado,
la canción del avance permanente,
la canción de la vida, compañeros.
las canciones del futuro, compañeros.
Cantemos la libertad,
ya no en bandera,
sino en nutridos puños y ovaciones.
Cantemos la empresa de las manos juntas
de los caminos de todos,
la de los bosques y estrellas,
todos de todos.
Cantemos pelando el grito,
las canciones del futuro, compañeros.
La canción del pan y el panadero,
la del poder y el obrero,
la de la hierba alta y verde,
la canción del cansancio alegre
y la del descanso verdadero.
Este mundo pertenece
a quienes aún hoy de pie duermen
a quienes con el un ojo sueñan
y con el otro vigilan.
Este mundo pertenece a quienes
por cantar son perseguidos.
Aún por la noche persiguen
a los que traen el sol en octavilla.
Cantemos en horizonte,
las canciones del futuro, compañeros.
La canción del pasado abierto y explicado,
la canción del avance permanente,
la canción de la vida, compañeros.
Arte Irreverente y arte revolucionario
En nuestra sociedad, caracterizada por la supremacía de la lógica sobre la fantasía, de lo utilitario sobre lo estético, del capital sobre el trabajo, hacer arte es en sí mismo un acto irreverente. Aun cuando ese arte no sea contestatario.
El artista ha sido a lo largo de la historia y en nuestro tiempo, un iconoclasta “per se”. Su actividad casi siempre fue un desafío a los intereses del sistema, el mismo que siempre quiso aprovechar de su talento para volverlo utilitario, práctico y funcional para el funcionamiento del sistema.
El arte escapa a los indicadores de la bolsa de valores y su producción no forma parte del producto interno bruto de la economía de ningún país. Tanto su proceso como su resultado constituyen una producción desperdiciada, algo que carece de valor agregado, un producto irreverente que escapa al control de las aduanas y de los sistemas de recaudación de impuestos, una entidad imperdonable para el sistema.
El arte no solo expresa la tendencia hacia la libertad de los pueblos y de sus creadores, sino que, peligrosamente, es una ventana abierta para el escape, la catarsis o la revuelta. Un espejo que le permite a la sociedad ver que, al margen del carnavalesco mundo de chucherías y bambalinas del mercado capitalista, hay un universo de objetos y procesos que satisfacen otras necesidades, acaso más humanas y más trascendentes, abalorios que sin tener un código de barras, ni constar en los catálogos de las mercancías de los “Dutty Free”, siguen extrañamente siendo productos demandados por la sociedad.
No en balde la profesión de artista es de por sí aborrecible. Cuando somos niños, todos nuestros padres quieren que aprendamos a tocar un instrumento, a pintar un cuadro, a decir un poema, a bailar o actuar en una obra de teatro.
Nos matriculan sin nuestro consentimiento en cursos vacacionales de “arte francés”; mas, cuando impulsados por un irrefrenable e inconsciente “amor al arte”, al cumplir dieciocho años manifestamos nuestra vocación estética y tomamos la decisión de ser artistas, nuestros padres harán hasta lo imposible para que no cometamos el sacrilegio de ser artistas, aduciendo siempre su improductividad, su ausencia en el mercado de valores, su no rentabilidad.
El arte incentiva la fantasía y ésta jamás es “práctica” ni utilitaria. La producción incentiva, en cambio, la lógica. En ese sentido, toda actividad artística subvierte el ‘buen sentido’ del sistema y propone un mundo feliz al margen de la economía de mercado.
Sin embargo, me parece que es necesario decir que no necesariamente todo arte irreverente es un arte revolucionario, aunque todo arte revolucionario sí es irreverente.
Las innovaciones estéticas del arte burgués pueden parecer irreverentes porque su cáscara rompe paradigmas y moldes tradicionales, pero su contenido generalmente está anquilosado en concepciones individualistas, abstractas, metafísicas, que buscan consolidar consciente o inconscientemente la estructura que vivimos.
Caso contrario, muchas obras aparentemente de corte clásico en su forma, tienen un contenido irreverente y revolucionario por el hecho de develar conflictos sociales en los que se debate la sociedad y de proponer alternativas futuras utópicas para el pragmatismo burgués, pero muy factibles para la cosmovisión revolucionaria.
El arte irreverente como tendencia estética puede ser una trampa para el artista y para el público. De hecho, muchos artistas decadentes se han aventurado en propuestas audaces e irreverentes en su forma que les llevan a pensar que están actuando revolucionariamente. En ese sentido es mejor plantear un arte revolucionario que enfoque cambios tanto en la forma como en el contenido y que se inscriba en procesos históricos que en la práctica sean una verdadera crítica al sistema.
La irreverencia como actitud estética puede ser un momento inicial en el desarrollo del arte popular y revolucionario, siempre y cuando esa irreverencia sea para cuestionar el “stablishment” y no para criticar las posiciones políticas avanzadas de la sociedad. El artista revolucionario es en si un irreverente, pero un artista irreverente, no necesariamente es un revolucionario.
En nuestra sociedad el sistema puede incluso promover la irreverencia vacua, para hacerle creer al creador que cambiando las formas está cambiando la vida. Como la mayoría de nuestros Ministros de Educación que piensan que cambiando de nombre y de rótulo al centro de capacitación de maestros, la capacitación es ya de por sí innovadora, así, en diez años el INACAPED se transformó en DINACAPED, en DINAMED, cambió el color de los muebles y de las mamparas, la marca de las alfombras, pero todo sigue “más mal que cuando estábamos peor”.
De hecho, estos dos términos no son sinónimos. El irreverente es blasfemo, irrespetuoso, sacrílego, impío, apóstata, profano, corruptor, renegado. El revolucionario es sedicioso, revoltoso, rebelde, insurrecto, agitador, turbulento, alborotador, provocador, subversivo, amotinado, levantisco, sublevado. Es decir, hay diferencias cualitativas claves entre ambos.
Por: Juan Ruales
El artista ha sido a lo largo de la historia y en nuestro tiempo, un iconoclasta “per se”. Su actividad casi siempre fue un desafío a los intereses del sistema, el mismo que siempre quiso aprovechar de su talento para volverlo utilitario, práctico y funcional para el funcionamiento del sistema.
El arte escapa a los indicadores de la bolsa de valores y su producción no forma parte del producto interno bruto de la economía de ningún país. Tanto su proceso como su resultado constituyen una producción desperdiciada, algo que carece de valor agregado, un producto irreverente que escapa al control de las aduanas y de los sistemas de recaudación de impuestos, una entidad imperdonable para el sistema.
El arte no solo expresa la tendencia hacia la libertad de los pueblos y de sus creadores, sino que, peligrosamente, es una ventana abierta para el escape, la catarsis o la revuelta. Un espejo que le permite a la sociedad ver que, al margen del carnavalesco mundo de chucherías y bambalinas del mercado capitalista, hay un universo de objetos y procesos que satisfacen otras necesidades, acaso más humanas y más trascendentes, abalorios que sin tener un código de barras, ni constar en los catálogos de las mercancías de los “Dutty Free”, siguen extrañamente siendo productos demandados por la sociedad.
No en balde la profesión de artista es de por sí aborrecible. Cuando somos niños, todos nuestros padres quieren que aprendamos a tocar un instrumento, a pintar un cuadro, a decir un poema, a bailar o actuar en una obra de teatro.
Nos matriculan sin nuestro consentimiento en cursos vacacionales de “arte francés”; mas, cuando impulsados por un irrefrenable e inconsciente “amor al arte”, al cumplir dieciocho años manifestamos nuestra vocación estética y tomamos la decisión de ser artistas, nuestros padres harán hasta lo imposible para que no cometamos el sacrilegio de ser artistas, aduciendo siempre su improductividad, su ausencia en el mercado de valores, su no rentabilidad.
El arte incentiva la fantasía y ésta jamás es “práctica” ni utilitaria. La producción incentiva, en cambio, la lógica. En ese sentido, toda actividad artística subvierte el ‘buen sentido’ del sistema y propone un mundo feliz al margen de la economía de mercado.
Sin embargo, me parece que es necesario decir que no necesariamente todo arte irreverente es un arte revolucionario, aunque todo arte revolucionario sí es irreverente.
Las innovaciones estéticas del arte burgués pueden parecer irreverentes porque su cáscara rompe paradigmas y moldes tradicionales, pero su contenido generalmente está anquilosado en concepciones individualistas, abstractas, metafísicas, que buscan consolidar consciente o inconscientemente la estructura que vivimos.
Caso contrario, muchas obras aparentemente de corte clásico en su forma, tienen un contenido irreverente y revolucionario por el hecho de develar conflictos sociales en los que se debate la sociedad y de proponer alternativas futuras utópicas para el pragmatismo burgués, pero muy factibles para la cosmovisión revolucionaria.
El arte irreverente como tendencia estética puede ser una trampa para el artista y para el público. De hecho, muchos artistas decadentes se han aventurado en propuestas audaces e irreverentes en su forma que les llevan a pensar que están actuando revolucionariamente. En ese sentido es mejor plantear un arte revolucionario que enfoque cambios tanto en la forma como en el contenido y que se inscriba en procesos históricos que en la práctica sean una verdadera crítica al sistema.
La irreverencia como actitud estética puede ser un momento inicial en el desarrollo del arte popular y revolucionario, siempre y cuando esa irreverencia sea para cuestionar el “stablishment” y no para criticar las posiciones políticas avanzadas de la sociedad. El artista revolucionario es en si un irreverente, pero un artista irreverente, no necesariamente es un revolucionario.
En nuestra sociedad el sistema puede incluso promover la irreverencia vacua, para hacerle creer al creador que cambiando las formas está cambiando la vida. Como la mayoría de nuestros Ministros de Educación que piensan que cambiando de nombre y de rótulo al centro de capacitación de maestros, la capacitación es ya de por sí innovadora, así, en diez años el INACAPED se transformó en DINACAPED, en DINAMED, cambió el color de los muebles y de las mamparas, la marca de las alfombras, pero todo sigue “más mal que cuando estábamos peor”.
De hecho, estos dos términos no son sinónimos. El irreverente es blasfemo, irrespetuoso, sacrílego, impío, apóstata, profano, corruptor, renegado. El revolucionario es sedicioso, revoltoso, rebelde, insurrecto, agitador, turbulento, alborotador, provocador, subversivo, amotinado, levantisco, sublevado. Es decir, hay diferencias cualitativas claves entre ambos.
Por: Juan Ruales
LA HORA DE LOS CONEJOS - Alfonso Murriagui
En la noche,
cuando tienes sumergida
la caricia
en un nudo de arena,
cuando de tu presencia
solo habla
la huella de la luciérnaga,
buscas la voz del fuego
para alumbrar tu rostro.
En la noche,
cuando desfilas por la hierba
en busca de tu hermano
y bañas tus recuerdos
en las alas viajeras
de tu ancestro,
desconoces el nombre
que te pusieron
dos veces al revés
para ocultar tu nombre
.
Cuidas tu noche
porque sabes que servirá
para escapar del látigo,
para contar los capulíes
y dar vuelta al mensaje
que danza en la fogata.
Tu vienes por la noche
y tus manos
se van por las veredas
buscando las huellas
de los conejos
o la cascada gris
de la neblina.
Por eso tienes
las rodillas en punta,
la lengua afilada
para beber las sombras
y los brazos atentos
para decapitar los grillos
que te espantan.
cuando tienes sumergida
la caricia
en un nudo de arena,
cuando de tu presencia
solo habla
la huella de la luciérnaga,
buscas la voz del fuego
para alumbrar tu rostro.
En la noche,
cuando desfilas por la hierba
en busca de tu hermano
y bañas tus recuerdos
en las alas viajeras
de tu ancestro,
desconoces el nombre
que te pusieron
dos veces al revés
para ocultar tu nombre
.
Cuidas tu noche
porque sabes que servirá
para escapar del látigo,
para contar los capulíes
y dar vuelta al mensaje
que danza en la fogata.
Tu vienes por la noche
y tus manos
se van por las veredas
buscando las huellas
de los conejos
o la cascada gris
de la neblina.
Por eso tienes
las rodillas en punta,
la lengua afilada
para beber las sombras
y los brazos atentos
para decapitar los grillos
que te espantan.
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